Escondidos en lugares recónditos o atrincherados tras muros y edificios diversos jardines sobreviven en medio de la celeridad, la polución y el bullicio. Oasis de verdor y tranquilidad que pasan inadvertidos a nuestros ojos. Uno de esos rincones es el Huerto de las monjas, situado en el número 7 de la calle Sacramento, donde en el siglo XVII las hermanas Bernardas tenían ya un huerto urbano. El convento, donde las religiosas, ora et labora, se entregaban con entusiasmo al cultivo de puerros, acelgas, zanahorias o judías verdes en pleno Siglo de Oro, fue derribado en 1972. El huerto, en la actualidad es un mini-jardín. No es fácil dar con él, pues se halla tristemente encajonado en el interior de un patio de viviendas.
Más conocido por turistas que por lugareños, espacio elegido por artistas y modelos para fotografiarse, el Jardín del Príncipe de Anglona se oculta tras una tapia de ladrillo en la Plaza de la Paja. Es un jardín tan secreto que incluso para los habituales de La Latina pasa desapercibido. Una de las escasas muestras de jardines nobiliarios dieciochescos que existen en la capital. En este sitio pareciera que fuéramos a encontrarnos con Moratín o Jovellanos bajo los madroños, los laureles y los árboles frutales que conviven en este apacible escondite. Hace una década fue rescatado de su abandono. Paseando entre sus parterres o bajo sus pérgolas podemos regresar sin mucho esfuerzo a la época de las majas y los petimetres.
Rodeado por los jardines de Sabatini, los de la Plaza de Oriente y el Campo del Moro, se ubica un jardín sumido en el anonimato a los pies de la catedral de la Almudena, en la Cuesta de la Vega. Una vez dentro es posible contemplar un busto dedicado al músico italiano Luigi de Boccherini. Sentados en sus bancos de piedra disfrutaremos de flores, arbustos y una treintena de árboles que componen su patrimonio. Por vecino tiene a un reducido parque que lleva el nombre del Emir Mohamed I, fundador de la ciudad y constructor de la muralla que protegía a aquel primer Madrid del siglo IX. Sólo se abre los fines de semana. De reciente factura, en su recinto se conserva un tramo de la antigua muralla. Fue inaugurado hace apenas tres años como evocación a todas las culturas que han pasado por una metrópoli que a buen seguro Mohamed no pudo imaginar.
Caminando hacia el número 29 de la Gran Vía de San Francisco y en uno de los laterales de la Basílica que da nombre a la calle, descubrimos un jardín actual en el que dalias de todo tipo (Singer, Art Noveau, Sunny, Cheeky, etc.) son las protagonistas. Se trata de La Dalieda de San Francisco. No es muy recomendable ir a observar las flores en las horas de calor veraniego, ya que carece de árboles. Su atractivo reside en la abundante variedad de dalias, que florecen desde la mitad del estío hasta que llegan las heladas, y en el magnífico mirador con vistas al occidente madrileño.
A la altura del 68 de Embajadores nos toparemos con un jardín que fue un jardín romántico del siglo XIX perdido para siempre. Es el Casino de la Reina. Una casa de recreo que el Ayuntamiento de Madrid regaló a la reina Isabel de Braganza en 1817. Fue edificada donde una vez estuvo la Huerta de Bayo que era propiedad de los monjes de San Cayetano. De aquel esplendor sólo se conserva un palacete rodeado de árboles y arbustos. Una isla verde recuperada para los vecinos de Lavapiés donde niños y mascotas campan a sus anchas.
A la sombra del Pirulí y resguardado por las intrincadas calles de la Colonia Iturbe, una de las pocas colonias de chalets que quedan aún dentro de la capital, encontramos el parque de la Quinta de la Fuente del Berro. En efecto, su entrada más interesante está en la calle Enrique D'Almonte. El palacete que aparece nada más acceder, hoy centro municipal consagrado a la cultura, es el único vestigio del pasado de este lugar que fue la Quinta de Miraflores, escogida por Felipe IV para ser un Real Sitio. Este jardín urbano no es pequeño pero hay que buscarlo a propósito. Entre su rica arboleda atisbaremos fuentes, cascadas, estanques, una estatua de Bécquer y otra del escritor ruso Pushkin.
Por raro que parezca, en la artería financiera de la ciudad podemos pasear entre olivos centenarios. Este olivar urbano, situado en el 3 bis de la calle Menéndez Pidal, fue adquirido en 1917 por José Castillejo, discípulo de Francisco Giner de los Ríos. Este catedrático compró la finca para vivir a las afueras de la ciudad en lo que era el pueblecito de Chamartín de la Rosa. Aquí acampó Napoleón cuando vino por los madriles. El Olivar de Castillejo pertenece a la Fundación de igual nombre. Asistir a los conciertos y actos culturales que organiza es la mejor manera de visitar estos olivos.