lunes, noviembre 25, 2024
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Cartier-Bresson o la fuerza de un instante

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Henri Cartier-Bresson no permitía que le hicieran fotos cuando era un septuagenario. El hombre que fue calificado como el “ojo del siglo XX”, de quien se dijo que era el mejor fotógrafo de Francia y cuya existencia tuvo como leitmotiv tomar fotografías no quiso exponerse ante un objetivo en sus últimos años, cuando dedicaba más tiempo al dibujo que a su cámara Leica. Aunque pueda parecer extraño Cartier-Bresson llegó a ser un mito de la fotografía casi a su pesar, pues su vocación se dirigía a la pintura y el cine que siempre estuvieron presentes en su vida.

Ahora, una década después de su muerte, podemos contemplar una amplia selección de su obra, impresa en papel vintage de cada una de sus épocas, que nos muestra toda su carrera desde las miniaturas de sus primeras copias a las grandes ampliaciones. A todo lo cual hay que añadir varias decenas de materiales entre revistas, periódicos, dibujos, pinturas, películas y documentos.

Si el sinónimo de fotografía es instantánea, Cartier-Bresson quiso indultar para el futuro los instantes cazados por sus lentes. Esos “instantes decisivos” que fueron una de las claves para entender su producción y hoy nos permiten echar un vistazo profundo y reflexivo a la historia e intrahistoria del siglo pasado. Instantes obtenidos al azar o buscados adrede que protagonizaron personajes y objetos. Personajes como las dos parejas de chicas y militares rusos que fueron portada de la revista Life u objetos en apariencia intrascendentes, como las mesas vacías de una terraza de Florencia o unas escaleras de caracol en Francia, que le dieron un buen motivo para disparar el obturador de su cámara.

Como sucede en los artistas cuya obra se identifica con su vida, resulta imposible separar ambas cosas. Por ello, los periodos en los que esta exposición se divide no son sino fruto de los diversos Cartier-Bresson que sedimentaron la personalidad del autor, desde que a finales de los locos años veinte decidiera colgarse una cámara al cuello para dar testimonio de los  acontecimientos de un siglo que recorrió en su totalidad.

Observando las diversas etapas de su obra, así como los temas que fraguaron su trayectoria a lo largo de los años, percibimos el inconformismo de este genio que utilizó el objetivo de su cámara poniendo cabeza, corazón y alma en todo aquello que fue blanco de su instintiva y aguda mirada, tan llena de humanidad. De esta forma, se convirtió en el fotógrafo que hizo emerger en sus imágenes la cara más cercana y conmovedora pero también más dura y vehemente del ser humano hasta terminar siendo un humanista de la instantánea. Ese humanismo que en su juventud le llevó a titular “Por el amor y contra el trabajo industrial” un pequeño collage de 1931 que puede verse en la exposición.

En las imágenes tomadas “a hurtadillas”, de quien fuera uno de los fundadores de la legendaria Agencia Magnum, hay activismo social sin paliativos, compromiso político, adscripción a la vanguardia surrealista y, por encima de todo, la imperiosa necesidad de cambiar la realidad que le rodea. Una realidad que captó con su cámara viajando por el mundo y adentrándose en las zonas calientes del planeta. La guerra civil en España, la Europa de la guerra mundial, la Alemania del muro de Berlín, la Unión Soviética (fue el primer fotoperiodista occidental en visitarla tras el fallecimiento de Stalín), la China de Mao Zedong, la India del asesinato de Gandhi, la Cuba de Castro y el Ché, etc., son los sitios a los que la actualidad y su militancia le guiaron.

Algo destacable en esta exposición es cómo la mirada de Cartier-Bresson nos trae otros ojos, de otros lugares y otros tiempos, que clavan su mirada en nosotros para hablarnos de épocas pasadas y resurgir en cada fotografía a la que nos acercamos. Me refiero, por ejemplo, a los ojos de unos niños jugando en el Madrid republicano, los de los espectadores con prismáticos en un hipódromo de Dublín, los de las prostitutas en una calle de México o los de un joven vaciando un palacio de símbolos coloniales en Jakarta.

Por último, es llamativo comprobar, mientras recorremos los diversos espacios de la Sala Recoletos de la Fundación Mapfre, el impacto que causa la fotografía en blanco y negro en generaciones que desde hace más de cincuenta años estamos acostumbrados a plasmar y ver el mundo en color. Entre los contrastes grises de la luz pareciera que los personajes reflejados por el objetivo de Cartier-Bresson fueran a tomar vida, a salir de las fotos y contarnos porqué o para qué estaban en ese preciso momento donde quedaron capturados y pasaron a formar parte de la colección de instantes del fotógrafo galo. Instantes llenos de fuerza y poesía que salieron de los negativos de Cartier-Bresson para que ahora podamos hacerlos nuestros con la misma intensidad con la que los vivió el hombre que los atrapó para nosotros.    

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