viernes, octubre 11, 2024
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‘El mercader de Venecia’, entre el amor y la venganza

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Dice Yolanda Pallín, la autora de esta versión de 'El mercader de Venecia' tan cercana y actual, que nada es nunca lo que parece en las obras del inglés, especialista en congelar nuestra sonrisa en el momento menos pensado. Esta obra se publicó por primera vez en 1600 bajo el título, The comical history ot the merchant of Venice. ¿Cómica, la historia de un hombre triste que está a punto de morir por haber sido en extremo generoso con su mejor amigo? Una creación preciosa y cruel cada nueva época, que no conoce fronteras ni dogmas y que, aunque clásica, se alza siempre sobre el escenario como algo nuevo y extraordinario.

Bessanio ama a Porcia. Para aspirar a su mano necesita tres mil ducados. Se los pide a su mejor amigo, el potentado Antonio, quien en ese momento no dispone de liquidez por tener toda su fortuna invertida en diversas expediciones comerciales. Pero Antonio anima a Bassanio a que pida un préstamo con su garantía al judío Shylock. El judío, resentido por el trato despectivo de Antonio y del resto de los nobles venecianos, exige una clausula singular: una libra de carne de Antonio si este no devuelve el dinero en la fecha convenida.

Esta  versión actualiza una obra que se podría considerar antisemita. En palabras de Arturo Querejeta, el actor que interpreta a Shylock, 'El mercader de Venecia' de Yolanda Pallín  «tiene la particularidad de que conjuga dos estilos diferentes. Por un lado es una comedia romántica, que a través de las divertidas peripecias por las que pasan tres parejas de enamorados hasta consumar su amor, nos habla de la lealtad, de la generosidad, de la solidaridad, de la tolerancia entre seres humanos. En definitiva, un canto a la belleza, a la alegría, a la vida. Por otro lado se desarrolla el drama, por momentos con tintes de tragedia, del judío Shylock, el judío prestamista, hasta sus más crueles consecuencias. Es este choque de géneros, entre el amor y la venganza, lo más representativo del montaje«.

En la obra destaca que el espectador tiene la opción de elegir con qué Shylock se queda, con el ciudadano sojuzgado y humillado que exige que le traten como a uno más, que exige sus derechos, o con el ser deleznable que antepone la venganza a cualquier otra consideración. «Nosotros no imponemos una determinada lectura, creemos que el espectador es lo suficientemente inteligente para discernir sobre la ambivalencia del personaje», dice Arturo Querejeta.

Rigor y maestría

¿Y con qué nos quedamos? Pues con todo. Una muy destacable versión con una estupenda dirección de Eduardo Vasco y un reparto sólido y potente. Una mención especial a la discreta y adecuada música en directo, que contribuye al equilibrio de la puesta en escena y también muy notable el vestuario de Lorenzo Caprile, que con rigor y maestría viste a los actores «de época», en una Venecia romántica y carnavalesca.

Nos preguntamos ¿por qué las obras de Shakespeare se representan con mayor frecuencia y en más países que nunca? Y desde Noviembre compañía de teatro nos dicen que cualquier frase de cualquier personaje de cualquier obra de Shakespeare da respuesta a las preguntas fundamentales que nos hacemos desde siempre, el amor, el poder, la belleza, la maldad, el porqué somos capaces  de los comportamientos más elevados y los más execrables… en definitiva, el gran conocimiento de la condición humana. Por eso es un «clásico», porque es «universal» y «atemporal»; ese es también el motivo por el que ser representa constantemente en distintos países y culturas.

Una pieza fundamental en Noviembre Compañía de Teatro es Miguel Ángel Alcántara, que produce y distribuye todos los títulos de su repertorio desde 1998. 'Otelo', 'Noche de Reyes', 'Hamlet' y, por supuesto, 'El mercader de Venecia'. Una obra de la que, dice, parece escrita hoy por un autor todavía muy vivo que trata temas actuales que tienen que ver con la sociedad, los sentimientos, las virtudes y defectos del ser humano, la problemática de la economía. «Independientemente de la época y el transcurso del tiempo», dice Miguel Ángel. Y le preguntamos de dónde le nace esa fascinación por los clásicos y contesta: «de la necesidad de hacerlos actuales para que no se pierda la importancia que tienen y romper con el bulo, tan generalizado, de que los clásicos son un ladrillo aburrido, cargado de ripios». Pues con eso también nos quedamos.

 

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