Lyonel Feininger, norteamericano hijo de exiliados alemanes de 1848, vivió a caballo de los dos países hasta que Hitler, liquidando la Bauhaus y el «arte degenerado», forzó al exilio a miles de artistas, pensadores, actores, cineastas y escritores. Este éxodo constituyó una inmensa pérdida para Alemania a la par que un enriquecimiento sin igual para los países de acogida.
Feininger (1871-1956), excelente dibujante, empezó ilustrando revistas satíricas e infantiles en varios países y se le ha considerado uno de los precursores de los cómics o tebeos. De ahí pasó a la pintura, en la que practicó el óleo, la acuarela, la tinta, y al grabado en madera, la xilografía, principalmente.
A principios del siglo XX el cubismo comenzaba, y luego seguirían otras corrientes como el vorticismo y el constructivismo, todas las cuales se pueden percibir en su obra. Pero su personalidad elude los ismos prescriptivos, esas etiquetas que nos empeñamos en usar para simplificar. Feininger formó parte de lo que en Alemania se ha dado en llamar el cuarteto de los Azules, junto con Kandinsky, Jawlensky y Klee.
Esta es la primera exposición en nuestro país, gracias a la Fundación Juan March, tan atinada en descubrirnos artistas menos o nada conocidos en España (recordemos las exposiciones de Wyndham Lewis, Deineka o Josef Albers, por ejemplo) podemos contemplar cuadros de colecciones privadas que no son fácilmente visibles. La Fundación, con su prestigio, ha conseguido préstamos de más de veintitrés museos, galerías y colecciones privadas.
Los óleos de Feininger, con una calidad de transparencia que consigue con capas de pintura muy ligeras, probablemente eliminando el material sobrante, describen sobre todo las construcciones de la Alemania hanseática, las costas bálticas o del Mar del Este, que siempre fascinaron a los artistas alemanes, las iglesias del gótico del ladrillo rojo y, en su última etapa, las azoteas de Manhattan. Hay en Feininger una especie de pulsión vertical muy especial, que se manifiesta en los edificios, las velas y mástiles y hasta en ese personaje solitario que se pasea por playas y calles, como si hubiera querido representarse.
Su gusto por pintar trenes y barcos, una afición que le viene desde la infancia, dan un tono lúdico al despliegue de obras presentado.Además de dibujante y pintor también fabricó juguetes de madera, hizo fotografías de gran calidad y sensibilidad, era violinista, pianista y compositor. Fue, en definitiva, un gran humanista. Por eso la presentación incluyó también una pieza de Bach, su músico favorito.
Personalmente supe que existía este artista visitando ciudades del norte de Alemania, como Stralsund, Rostock o Lübeck. Allí le prestan hoy mucha atención y había cuadros y reproducciones de este artista en museos y galerías. El aportó al arte alemán de entonces la libertad de un neoyorkino comprometido con su tiempo. Fue miembro de la Bauhaus y al volver a Estados Unidos también estuvo en el mítico Black Mountain College, que dirigiese precisamente Josef Albers.
Esta exposición es inspiradora y, una vez más, nos hace recorrer y recordar la historia europea de la primera mitad del siglo XX. Al salir, uno tiene ganas de abrir la caja de acuarelas e intentar reproducir esa poesía que Feininger extraía de unos viaductos, de una casa o de una playa bajo la luz apagada del norte. La exposición dura hasta el 28 de mayo y viene acompañada por un catálogo muy bien hecho, a un precio razonable.
Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye