«Nunca me llamaron para hacer de intelectual ni para gustar a las mujeres, sino para los papeles que morían despeñados por escaleras», se lamentaba entre risas el actor hace unos años en la entrevista en profundidad que concedió a la Academia de Cine para su programa «Nuestra memoria», el archivo que mantiene vivas a las leyendas del cine español.
Nacido en Madrid el 10 de abril de 1935, se licenció en Medicina, pero «para suerte de los españoles» no ejerció nunca sino que «por dinero» empezó a hacer pequeños trabajos para el cine hasta que debutó como actor en la película «La máscara de Scaramouche» (1963), de Antonio Isasi-Isasmendi, que fue quien le enseñó a «amar el cine».
Hoy ha muerto en Madrid, tras agravarse un cáncer de hígado que sufría, y sus restos mortales serán incinerados, según han indicado fuentes de su familia.
Empezó como especialista, lo que le brindó la oportunidad de trabajar con muchos actores de Hollywood en España y también dobló muchas cintas del viejo Oeste, casi todas producciones del italiano Dino de Laurentiis.
Rodó escenas de acción para Kirk Douglas y Tony Curtis en «Espartaco», de Stanley Kubrick (1960) o para Anthony Quinn en «Barrabás», de Richard Fleischer (1962), pero eso, para Álvaro de Luna, no era ser actor.
«Empecé sin entendimiento ni saber. No me preocupaba lo que estábamos haciendo hasta que mi amigo Mario Camus me abrió los ojos y me dijo quién era Kubrick», señaló sobre su trabajo con el director de «2001, una odisea en el espacio».
El madrileño recorrió Europa y Estados Unidos y, tras casi cinco años en Italia, regresó a su país para hacer «un máster» con el dramaturgo (y oftalmólogo) Jaime Salom.
Cuenta De Luna que, como actor, nació en el madrileño TeatroMarquina: de las repeticiones del teatro obtuvo la experiencia que necesitaba para llamarse actor, con obras que estaban varios años en cartel, a razón de dos funciones al día. Desde entonces se dedicó por entero a interpretar, sobre todo en la televisión y el cine españoles.
Hizo cintas como «Las que tienen que servir» (1967) o «La cera virgen» (1972), ambas de José María Forqué; «Pesadilla para un rico» (1996), de Fernando Fernán-Gómez; o «¿Y tú quién eres?» (2007), de Antonio Mercero, y siguió rodando -más de cien títulos- hasta hace poco; su última película, «Miau» (2108), de Ignacio Estaregui, continúa en cartelera.
También rodó muchos «westerns», entre ellos, «Desafío en Río Bravo» (1965) y «Navajo Joe» (1966), que el argentino Tulio Demicheli y el italiano Sergio Corbucci rodaron, respectivamente, en España, y estuvo enrolado en rodajes de Carlos Saura, Montxo Aremendáriz o Jaime de Armiñán.
Sin embargo, la popularidad le llegó con la serie «Curro Jiménez», que en los 70 cautivó a los hogares españoles con aquellos nobles bandoleros que ocultaba la serranía de Ronda.
El actor se reía al recordar que el público le identificaba con aquel Algarrobo noble y fiel, porque él -decía- era «mucho más malo» que su personaje. Le enorgullecía esa «carta de presentación»: «Yo nací para el público con el Algarrobo».
Humilde, sensato y sincero, el actor remataba su entrevista convencido de que «lo que quema no es que te pongan etiquetas, sino que no te llamen los productores o que el público no te conozca».
Algo que no ocurrió en sesenta años de carrera, que dejaron muchos otros títulos en la tele, desde «Historias para no dormir» (1967), «La barraca» (1979) o «Farmacia de guardia» (1991-1995) y, más recientemente , con «Águila roja» (2012); «Luna, el misterio de Calenda» (2013) o «Sé quién eres» (2017).
En 2015 cumplió 80 años sobre el escenario, representando la obra «El hijo de la novia».
Para el actor, lo más difícil de su profesión era atinar con la medida de los tiempos y con la intensidad de lo que se dice. Y dotar de credibilidad a cada cosa que haces.
Redacción