No piensa Brayard que se haya explicado mal el Holocausto, pero justamente su intención es «corregir» la idea de que todo el aparato del Estado estaba al tanto del exterminio de los judíos alemanes y occidentales.
Según el historiador, el destino de los judíos alemanes y occidentales se mantuvo en un «secreto radical» para dar a entender que «eran deportados al este para ser reintroducidos en guetos, como había sido el caso hasta entonces».
En cuanto al resto de judíos, los polacos y soviéticos, «el relato no cambia, porque eran el grueso de las víctimas del Holocausto y en su caso su destino, su asesinato en masa, era conocido y divulgado».
Brayard ha introducido en el título del libro (publicado en España por Arpa) la palabra Auschwitz, porque representa «la fase última de un proceso según el cual los judíos de Europa debían ser eliminados sistemáticamente».
El complot secreto que rodeaba a Auschwitz no se aplicó a otros campos de exterminio como Treblinka, «un campo concebido para la exterminación de los judíos polacos en una dimensión extrema, que era conocido por el conjunto del aparato del Estado».
A partir del estudio del diario íntimo de Joseph Goebbels, Brayard constata que el ministro de Propaganda «estaba al corriente de la apertura del campo de exterminio de Belzec, justo unos días después de su apertura, y que altos responsables nazis le comunican que los judíos polacos y soviéticos eran asesinados, sin embargo, en relación a los judíos alemanes y del oeste siguió pensando que eran deportados al este y concentrados en guetos, pero no exterminados».
El autor sostiene que se constituyó «un círculo restringido y secreto» formado por Hitler, Himmler, Reinhard Heydrich y una parte de la administración del Estado, entre los que menciona al ministro de Armamento y Guerra, Albert Speer, que «necesitaba saber si la mano de obra judía en particular seguía disponible para la industria armamentística»; o Hermann Göring, que era el ministro encargado de la política antijudía».
Brayard circunscribe el mantenimiento de ese supersecreto sobre el exterminio de judíos al período que va desde abril de 1942, poco después de la Conferencia de Wansee, hasta octubre de 1943, cuando en el Discurso de Posen, «Himmler comunica y reconoce que la solución final ha concluido mediante el exterminio».
La razón del secreto que rodeó al exterminio de judíos alemanes y occidentales es, en opinión de Brayard, que «Hitler temía una reacción moral en la sociedad alemana como la que hubo a raíz del proyecto Tiergarten 4 (exterminio de los enfermos mentales), que se detuvo en 1941, dos años después de su inicio, cuando ya habían asesinado a 70.000 personas, por presiones de la Iglesia católica.
En el caso de los judíos alemanes, «los rumores sobre su destino real no circularon tan rápido como el propio exterminio».
Igualmente, los servicios secretos de los aliados ya conocían en a mediados de 1942 que el exterminio era el método utilizado para eliminar a los judíos, pero «transmitir y recibir las informaciones no es garantía siempre de su comprensión inmediata, entre las decisiones tomadas en Wansee y la reacción a la idea de que un exterminio estaba siendo llevado a cabo».
A esto se suma, añade Brayard, que «el genocidio se produjo de manera rápida, con el pico de mortalidad más alto en 1942, antes de que la mayoría de actores internacionales tengan conocimiento y comprensión de lo que estaba ocurriendo».
Brayard rechaza algunas de las críticas recibidas por pensar que avala o apoya el negacionismo que algunos dirigentes nazis adoptaron al final del Holocausto y la guerra: «Sostengo que la mayoría conocían el genocidio de los judíos del este y en cuanto a los judíos del oeste he dicho que la mayoría eran informados de la política destinada a la eliminación del conjunto de judíos de Europa».
Redacción