Las novedades editoriales de cómic que se presentan por Sant Jordi son muy numerosas, lo que obliga a sintetizar, pero una buena opción si se ha de elegir un título recién salido de imprenta es «La guerra de Alan» (Salamandra), de Emmanuel Gubert.
Se trata de las memorias gráficas de un excombatiente en la Segunda Guerra Mundial, el Alan del título, reunidas aquí en un solo tomo, al que el historietista conoció en 1994 y que le contó cómo el Tío Sam le había puesto un uniforme a los 18 años «para combatir contra un tipo llamado Adolf».
Gubert (París, 1964) se reserva el papel de «director de escena» en esta novela gráfica en blanco y negro, narrada en primera persona por un personaje secundario convertido en protagonista por uno de esos giros inesperados que ofrece la versatilidad de las viñetas.
El guionista Pedro Riera (Barcelona, 1965) y el ilustrador Sagar (Zaragoza, 1974) logran por su parte en «Intisar en el exilio» (Astiberri) lo que muchos reporteros desplazados sobre el terreno sueñan, hacer comprensible un conflicto tan lejano como el de Yemen, y la primavera árabe, gracias además a la mirada de una mujer, resumen de testimonios de muchas mujeres reales, que aspira a que su país deje de utilizar la violencia como mecanismo de negociación.
La tensión de un conflicto bélico que el periodista Antonio Pampliega sufrió en su propia piel durante los diez meses que pasó en manos de Al Qaeda tras ser secuestrado en Siria en 2015 son la base de la novela gráfica «En la oscuridad» (Planeta), de Sara Soler, un diario sobre el miedo y el ansia de supervivencia.
El pequeño formato de «Carne de cañón» (La Cúpula), de Aroha Travé (Terrassa, Barcelona, 1985), puede pillar al lector con la guardia baja ante lo que, a simple vista, parece un librito inofensivo, pero que oculta pura dinamita suburbial, un grupo de seres algo disfuncionales, con una interpretación sui géneris del concepto familia, que sobrelleva como puede el día a día en el descampado que les ha tocado vivir.
También la familia es el campo gravitatorio de «Dolores y Lolo» (Astiberri), del guionista Ivan Batty (Bilbao, 1976) y la dibujante Mamen Moreu (Huesca, 1985), recopilación de las historias publicadas en «El jueves» sobre una viuda tradicional que ha de acoger en casa a su nieta que ha perdido el trabajo pero no las ganas de pasárselo bien y seguir investigando todas las variantes que le ofrece el sexo.
Lewis Trondheim (Fontainebleau, Francia, 1964) y Keramidas (París, 1972) juegan a la arqueología comiquera, con una supuesta recuperación de una colección «vintage» del pato Donald de Disney, olvidada y recuperada por ellos en un misterioso mercadillo, que han convertido en «Donald, Happiest Adventures. En busca de la felicidad» (Planeta), obra de toque filosófico y ecléctico estilo visual.
Y hablando de Disney, aunque muy alejada de la edulcorada visión que la maquinaria de Burbank ofreció de Peter Pan, Planeta presenta también como novedad la edición integral de la distorsión que el dibujante Loisel (Saint-Maixent-l’École, Francia, 1954) hizo del personaje de J.M. Barrie, convertido aquí en el hijo de una prostituta alcohólica, y cuyo viaje a la isla de Nunca Jamás se nutre tanto de la estética dickensiana como del mundo de las hadas.
Aunque no es una novedad cien por cien, es de justicia sugerir hacerse con un ejemplar de «Como si nunca hubieran sido» (Reservoir Books), versión ilustrada por Juan Gallego (Madrid, 1972) del poema de su hermano Javier Gallego (Madrid, 1975) «Crudo», dedicado a los miles de inmigrantes muertos en el Mediterráneo en su intento de alcanzar las costas de Europa, y por el que se donan tres euros por cada libro vendido a la ONG Médicos sin fronteras.
Algunas sucintas propuestas más son los misterios existenciales de «Ocultos» (Astiberri), de Laura Pérez; la novela negra gráfica «Llegará el invierno» (Navona), de Alfonso López y Pepe Gálvez; «Cosas que piensas cuando te muerdes las uñas» (Cross Books), una guía para controlar los miedos de Amalia Andrade, y «Giant» (Norma), de Mikäel, una epopeya con fondos folletinescos sobre la construcción del «skyline» de Nueva York.
Sergio Andreu