«Iba a ser un álbum más y me gusta pensar que aún podríamos haber hecho unos cuantos», reconoce al otro lado del teléfono Noel Hogan, guitarrista y coautor de las canciones, para quien la iniciativa de concluir el trabajo iniciado junto a su compañera «era una bonita manera de acabar» esta aventura.
La publicación del nuevo álbum, que representa el octavo de estudio en su carrera y recoge las últimas grabaciones vocales de O’Riordan, es noticiosa además porque constituye el primer material original del grupo desde que hace 7 años publicaran «Roses».
Según cuenta Hogan durante una entrevista con Efe, la iniciativa de lanzar nuevos temas surgió durante los ensayos de su disco «Something else» (2017), en el que re-interpretaban en clave acústica grandes éxitos como «Zombie», «Linger» o «Just my imagination».
Ya en su primera parada de la gira ese mismo año, en Polonia, la inspiración asaltó al guitarrista, que rápidamente esbozó el tema que hoy lleva por título «A Place I Know», al cual puso letra O’Riordan en apenas dos días, si bien es cierto que el grueso de la composición lo acometieron a partir de junio.
«Dolores estaba más entusiasmada que preocupada por este disco, al que dedicamos mucho trabajo», relata Hogan, incrédulo aún por la muerte de su compañera, de la que recibió un correo electrónico con correcciones apenas unas horas antes de que se ahogara en la bañera de su hotel en Londres estando ebria.
Entre los temas del álbum, destacan piezas confesionales como «Lost», con letras en las que la artista, que reconoció haber sido víctima de abusos sexuales de pequeña, canta: «Siento que la tormenta se aproxima, me pregunto por dónde debería empezar. En el pasado, en el pasado, creo que aún vivo en el pasado, y sé que el tiempo ha pasado muy rápido».
«Ella había hecho muchas declaraciones al respecto y está todo muy documentado, no es de extrañar que sus canciones fuesen un reflejo de lo que le había pasado, pero quería dejar todo eso atrás y pasar página. Entonces pasó lo de su muerte…», afirma, incrédulo aún por lo sucedido.
Después de pensarlo mucho y siempre con el beneplácito de la familia, decidieron acabar lo que habían empezado, especialmente porque las maquetas que O’Riordan había dejado con su voz eran tan buenas que el álbum serviría como perfecto homenaje.
«Fuimos muy afortunados de que entrara en nuestras vidas y de la química que se estableció entre nosotros cuando componíamos. No creo que vuelva a pasarme con nadie. Teníamos nuestros altibajos, pero éramos amigos antes que cualquier otra cosa», señala Hogan, aún apenado por la falta.
Para la producción del disco contaron con Stephen Street, el hombre que les ayudó a moldear el sonido de sus primeros trabajos, los celebrados «Everybody Else Is Doing It, So Why Can’t We?» (1993) y «No need to argue» (1994).
«Supongo que con este disco hubo un intento de captar la energía de aquellos discos, no de reinventar nada a estas alturas, cuando sabíamos que sería nuestro último álbum», reconoce ante una portada que, con unas versiones infantiles de sí mismos, representa «el principio y fin de la banda».
En sus 30 años de existencia, desde la fundación de The Cranberries, en 1989 en Limerick (Irlanda), alcanzaron fama internacional junto a Fergal Lawler y Mike Hogan gracias a su combinación de pop-rock alternativo y elementos del folk celta.
«Nunca pensamos que tendríamos ese éxito. En el mejor de los casos, esperábamos lanzar unos pocos discos en Irlanda. Durante mucho tiempo, sobre todo hasta mediados de los años 90, creía que no estábamos en el lugar que nos correspondía y solo en los dos últimos años fui consciente del legado que representaron canciones como ‘Linger’ y ‘Dreams'», asegura el guitarrista.
A pesar de ello, para él no tiene sentido continuar The Cranberries sin O’Riordan. «No sé cuáles son los planes de los chicos. Me gustaría seguir escribiendo más que nada, ahora mismo para otras personas, porque me parece que mis días en una banda han acabado», señala Hogan.
AM