Tras la prefiesta con Rosalía, Mad Cool ha encendido definitivamente este jueves todas las máquinas de su cuarta edición, con Iggy Pop como combustible inagotable y necesario para dar marcha a este gigantesco festival que en su primera jornada oficial ha sido visitado por 47.500 personas, lejos del tope de 75.000.
Inexplicable parece, visto lo visto, que la organización decidiera relegarlo al tercer escenario mientras en los espacios principales ni Bon Iver ni Lauryn Hill han logrado prender del todo a las masas, que desde media tarde ha empezado a llegar al recinto para disfrutar hasta la madrugada de otras bazas como Vampire Weekend, Noel Gallagher, The Hives o The Chemical Brothers.
Aún de día, el eterno Iggy Pop no defraudó a un público entregado que ha enloquecido cuando, descamisado como siempre, ha aparecido al ritmo de unos ladridos que vaticinaban que el clásico «I wanna be your dog», de su etapa en The Stooges, abriría el concierto.
Pese a sus 72 años, el norteamericano ha demostrado que conserva intacta la energía que le caracteriza y ha deleitado a todos con sus bailes histriónicos y el arsenal de temas clásicos, desde «Gimme danger» hasta «Some weird sin» o «Lust for life», banda sonora del «Trainspotting» de Danny Boyle.
Pero ha sido con «The Passenger», quizá su tema más legendario, con el que ha terminado de encandilar a las miles de personas que corearon la canción a viva voz. Y cuando parecía que la energía de arranque no podía durar, ha interpretado un «Search and destroy» con el que ha acabado en el foso, donde decenas de manos intentaban tocar a la leyenda, sin que este dejara de cantar, contonearse y saltar.
Bañado en sudor, el artista de la larga melena rubia ha cerrado el concierto con «No fun» y «Sixteen», cuyo remate se ha visto solapado con el «Iggy Pop» que el público no ha dejado de corear hasta que el cantante ha desaparecido del escenario sin bajar el puño en alto.
El de Lauryn Hill era uno de los directos que más dudas generaban fruto de su errática personalidad, que la llevó de convertirse en un fenómeno en ventas y críticas como embajadora del «neo soul» a un personaje extraño que nunca volvió a publicar más LP y que dejo de aparecer en los medios si no era para protagonizar escándalos.
Los recelos se han avivado cuando, transcurrida media hora del inicio previsto, la de New Jersey no había hecho acto de presencia. Al final, falsa alarma y, aunque tarde y en formato reducido, Madrid ha podido disfrutar de su primera actuación en la ciudad, ya que ni por el 20 aniversario de su más celebrado trabajo, «The Miseducation of Lauryn Hill» (1997), que la proporcionó cinco premios Grammy, había pasado por aquí.
«¿Qué pasa, Madrid?», ha preguntado en perfecto español y algo de guasa, a treinta y tantos grados de temperatura y una pomposa chaqueta decorada con perlas y mil volantes y abullonados, sin perder nada de la actitud de barrio que la catapultaron, empapada en negritud, algo de reggae y r&b.
El tiempo no parece haber pasado por ella ni por su aterciopelada voz, pero sí por la memoria popular de un disco que fue mítico. Al recuerdo no han ayudado unas versiones vivas, pero muy deconstruidas, lo que ha derivado en un concierto con escasa implicación del público, solo conectado por momentos, como al final, cuando ha ejecutado «Do Woop (That Thing)» y su reinterpretación de «Killing Me Softly With His Song».
A su término ha llegado el turno del extraño fenómeno de Bon Iver, músico que revolucionó con su esquema de intimismo electrónico la música emocional en discos como «For Emma, Forever ago» (2007) y, sobre todo, con «Bon Iver» (2011).
El público lo abrazó como un mesías hasta el previo «22, A Million» (2016), un trabajo aún más obsesivo que la crítica elevó a los altares pero que sus seguidores no apreciaron en la misma medida, creciendo la espiral del silencio en el sentido inverso: Bon Iver pasó «de molar a dormir a las ovejas».
Y el problema principal, algo que no alentaba precisamente a las masas a acudir a Mad Cool a disfrutar de su directo, es que, a punto de lanzar nuevo álbum, del que ha tocado un par de temas, pudiera enfocar su concierto en ese discutido disco previo, lo que este jueves en efecto se ha confirmado.
Aplicando a tope su afición vocal por el «autotune», ha arrancado con «Woods», a oscuras, simulando un paseo por el bosque en medio de una tormenta de luces efectista, a la que han seguido no pocos artificios sonoros, como si de una novela radiofónica de trama bélica se tratara, cargada de graves que removían a las primeras filas.
Frente a cortes artificiosos como «____45_____» que dejaban a los congregados un tanto fríos, han destacado la franqueza de «Perth», con su tambor inicial que se transforma en terremoto sentimental, o poco después «Skinny love» en un formato casi acústico que, entonces sí, ha erizado vellos.
Pasada la medianoche, Noel Gallagher ha irrumpido con sus High Flying Birds para seguir una curiosa estructura de repertorio en la que ha desgranado por orden las cinco primeras canciones de su último LP, «Who built the moon?» (2017), y casi repetir después la jugada con su más reciente EP, «Black Star Dancing», cuyo tema homónimo sorprendió por su giro hacia el funk.
Ha sido a partir del ecuador cuando el mancuniano ha ofrecido lo que muchos ansiaban, las esperadas dosis de Oasis, que han multiplicado presencia en sus conciertos de los últimos años, quizás por la incorporación de dos exmiembros de la mítica banda, Gem Archer y Chris Sharrock.
«Son mis canciones, yo escribí la mayoría y forman parte de mi vida», reivindicaba el músico horas antes en una charla, ante la fuerza de himnos como «Wonderwall» y, ya en los bises, «Don’t Look Back In Anger» y el clásico con el que suele cerrar todas sus apariciones, «All You Need Is Love» de The Beatles, necesarios himnos de un Mad Cool en busca de contacto y comunidad.
La del viernes 12 de julio será otra jornada de música, más de diez horas con artistas como The National, The Smashing Pumpkins y Vetusta Morla.
Estrella Digital