En la novela «La cara norte del corazón» (Planeta, 2019), Redondo, cuya obra ha sido traducida a 36 idiomas, traslada a la joven Amaia Salazar a Estados Unidos para participar en un programa de intercambio de Europol.
Tras un periodo de formación, en el que crea un fuerte vínculo con el agente del FBI Aloisius Dupree, Amaia viaja a Nueva Orleans, donde el paso del huracán Katrina convierte la búsqueda de un asesino en serie en una auténtica odisea.
Mientras Nueva Orleans intenta sobrevivir a la devastación, Amaia vive su propia tormenta interior cuando recibe una llamada desde Elizondo (Navarra) en la que su tía Engrasi le comunica que su padre está en la UCI.
Los fantasmas de su niñez vuelven a apoderarse de Amaia, que encara así la «cara norte» de su corazón, un sentimiento que da título a la novela de la autora donostiarra.
Pregunta: ¿Cuál es la simbología de la «cara norte» del corazón?
Respuesta: La cara norte de una montaña es siempre la inexpugnable, la mítica, la más difícil, ésa en la que casi siempre hace muy mal tiempo, llueve, hace más frío. Pero es por la que nos empeñamos en acceder, porque es la que guarda los mitos y las leyendas, y te llena de gloria si consigues subirla.
La cara norte del corazón es esa parte inaccesible que todos tenemos; incluso las almas más puras, las mejores personas llevan una parte dolorosa, oscura e inaccesible por la que de verdad es muy difícil trepar.
P: ¿Por qué decidió ubicar el argumento en Nueva Orleans?
R: Lo he querido llevar allí porque he ido dejando miguitas en todas las novelas para conducir al lector hacia una deuda que tenía pendiente con algo que me conmovió muchísimo en su momento, que es la historia de Nueva Orleans tras el paso del huracán Katrina.
En 2005, Katrina azotó Nueva Orleans y lo que ocurrió en días posteriores fue el abandono por parte de la autoridad gubernamental. (…) Abandonaron a parte de su población porque es población de segunda. Ésa es la parte real, de denuncia, de rabia, que debe tener una novela. Ha sido conmovedor para mí y espero que lo sea para los lectores.
P: Amaia Salazar también sufre las consecuencias…
R: Sí. El paso del hucarán deja la ciudad sumida en la edad de piedra, sin agua, sin luz, sin comunicaciones, pero también sin toda esa tecnología a la que nos hemos acostumbrado en los últimos años, que a menudo marca los tiempos de la novela negra, lo que tardan en llegar las analíticas, el tiempo que alguien puede estar detenido o pasar a disposición judicial.
Aquí todo eso se rompe y nos encontramos en un lugar donde no se puede hacer una llamada, no se pueden hacer fotografías mas que con el móvil hasta que se acaben las baterías, no se pueden procesar las pruebas, ni siquiera custodiarlas, así que, cuando van llegando a los distintos escenarios y encontrando las pistas que les podrían llevar hacia el asesino que persiguen, tienen que convertirse en detectives casi victorianos.
P: ¿Ése huracán simboliza también una tormenta interior de Amaia Salazar?
R: Me gusta que los elementos de fuera simbolicen también la tormenta que se mueve en el interior del personaje, me gusta someterle a esas tremendas presiones y ver cómo sale airosa. Amaia es un personaje que se va haciendo, y en esta novela vemos justo el momento en el que se produce ese ‘click’ entre dejar de ser una niña que está siendo una víctima y ni siquiera se da cuenta, a pasar a tomar conciencia de su situación y convertirlo en algo positivo.
P: En la novela se establece un vínculo muy especial Amaia y Dupree, dos personas muy diferentes. ¿De qué tipo es ese vínculo?
R: El vínculo es ser capaz de distinguir el mal, de tener ese instinto especial para el comportamiento depravado de algunos seres humanos y es sin duda porque lo han probado en sus propias carnes, porque lo han vivido, porque ya han pasado por ese camino del infierno en algún momento.
Si miras al interior del monstruo y reconoces al monstruo, muchas veces el monstruo está más cerca de lo que sería conveniente. Mirar el abismo hace que ese abismo esté dentro de ti.
Estrella Digital