viernes, noviembre 22, 2024
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El arte como instrumento terapéutico en la lucha contra la depresión

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«Existen numerosos estudios de investigación publicados y accesibles en internet en los que se demuestra la efectividad de la arteterapia en el tratamiento de la depresión», explica a Efe Carles Ramos, director del Centro de Estudios de Arteterapia Metáfora.

Según la definición de la Asociación Española de Arteterapia, la arteterapia es «una profesión basada en las aplicaciones psicoterapéuticas del proceso artístico y en la importancia de la relación entre persona usuaria y arteterapeuta. Utiliza esencialmente los medios propios de las artes visuales para promover cambios significativos y duraderos en las personas, potenciando su desarrollo y evolución».

Una modalidad terapéutica relativamente nueva en España, pero que en otros países como Gran Bretaña, Holanda o Estados Unidos lleva años bajo la tutela de sus ministerios de Salud.

«En España empezó a practicarse por primera vez hace unos veinte años y en la actualidad se aplica con diversos colectivos en centros públicos y privados, escuelas, hospitales, casas de acogida o centros penitenciarios», manifiesta Ramos.

Son por tanto muy diversos los destinatarios de esta experiencia, que no exige destrezas artísticas de sus usuarios, aunque Ramos concreta que la arteterapia «es especialmente útil para trabajar con personas que no podrían beneficiarse de una psicoterapia verbal por la razón que fuera».

Durante aproximadamente una hora, en función del usuario y su diagnóstico clínico, el receptor de la terapia utiliza diversos materiales artísticos para producir una obra que luego comentará con su terapeuta porque en ella suele volcar los temas que le inquietan.

Estas sesiones se dan semanalmente, en periodos de larga duración, y frecuentemente consiguen que el usuario pueda «expresar lo que no sabe cómo expresar en palabras», indica Ramos.

La danza movimiento terapia consiste en «el uso psicoterapéutico del movimiento dentro de un proceso que persigue la integración psicofísica (cuerpo-mente) del individuo», según la definición de la Asociación Española de Danza Movimiento Terapia (DMT).

Se trata de una disciplina inclusiva, que se sirve de los beneficios comprobados de la danza para la salud, presentes en diferentes acercamientos académicos como el libro «The Oxford Handbook of Dance and Wellbeing» de Vassiliki Karkou.

«No hace falta experiencia previa. Todos nos movemos, el tiempo que estamos vivos respiramos y con la respiración estamos en movimiento. La DMT trabaja con todo movimiento humano», afirma Heidrun Panhofer, creadora del Máster en Danza Movimiento Terapia que imparte la Universidad Autónoma de Barcelona.

El terapeuta acompaña a los pacientes en la creación de «una historia coreográfica personal», creada a base de movimientos espontáneos e inconscientes, que son «una expresión del mundo interior de la persona» y que muestran las formas que tiene el individuo de ser y relacionarse con el entorno.

Así se consigue de una forma eficaz «mejorar la salud, la calidad de vida y el bienestar, al tiempo que reduce los síntomas derivados de la depresión», según explican Iris Bräuninger y Gonzalo Bacigalupe en «Dance movement therapy in health care: Should we dance across the ward floor?» (2017).

Todo ello en una terapia alternativa que, aunque cuenta con décadas de historia, es relativamente novedosa en España. «Nació en los años cuarenta en los Estados Unidos, la primera asociación americana de DMT se fundó en 1966. En España fundamos la Asociación Española de DMT en el año 2001», detalla Panhofer.

Las películas también son utilizadas como instrumento complementario en el tratamiento psicológico, en lo que se llama filmoterapia. Aunque en este caso no se trata de una terapia como tal, sino un instrumento metafórico a través del cual los usuarios pueden encontrar capacidades ocultas.

Un instrumento que se sirve de una larga lista de películas que con más o menos acierto han llevado a la gran pantalla enfermedades de la mente. En el caso concreto de la depresión los ejemplos son muy variados: “Lost in translation” (Sofia Coppola, 2003), “Revolutionary road” (San Mendes, 2008), “Melancolía” (Lars von Trier, 2011), “El castor” (Jodie Foster, 2011) o «Tully” (Jason Reitman , 2018).

Aunque más allá de revisar ciertas películas en casa o en terapia, estudios como el publicado en la British Journal of Psychiatry, por la investigadora Daisy Fancourt, han comprobado empíricamente que acudir al cine reduce, en la población adulta, un 32 % el riesgo de desarrollar depresión. 

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