viernes, noviembre 22, 2024
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Mónica G. Álvarez, tras las huellas de 11 españolas en los campos nazis

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En una entrevista con EFE, Álvarez (Valladolid, 1979) confiesa que esta obra nació del «dolor, de la angustia, de la impotencia» tras escribir sus dos obras anteriores, «Guardianas nazis» y «Amor y horror nazi», y explica que decidió escribir este tercer libro por «un sentimiento de responsabilidad de mantener vivo el recuerdo de aquellos que fueron silenciados en la historia».

De las 400 españolas que estuvieron en Ravensbrück, la autora seleccionó las 11 mujeres de las que pudo recopilar más información, y pudo grabar los testimonios de sus hijos, nietos, sobrinos y amigos, «única manera de completar los datos biográficos con tantas lagunas, de conocer anécdotas personales inéditas, de ver a estas heroínas desde un punto de vista más personal».

Al margen de las más conocidas Neus Català, Violeta Friedman o Mercedes Núñez Targa, en «Noche y niebla» (Espasa) se incluyen semblanzas de mujeres poco conocidas, como Olvido Fanjul, que murió sin contar su historia públicamente y que en los listados constaba como presa rusa, al haber sido detenida en la URSS; Elisa Garrido ‘Françoise’, Elisa Ricol, Constanza Martínez y Conchita Grangé.

En prácticamente todas ellas, «hay períodos de tiempo en los que nadie, ni siquiera sus propios familiares, sabían dónde se encontraban viviendo, qué hacían, en qué trabajaban, si estaban vivas o muertas, como Braulia Cánovas ‘Monique’, de la que hay unos tres años en los que nadie sabe qué hizo ni dónde estuvo.

En el caso de Lola García Echevarrieta, «enviaba cartas a sus familiares en España con anécdotas divertidas, pero nunca hablando de su papel en la Resistencia».

Álvarez destaca que «hay algunas lagunas en el relato vital de las once mujeres retratadas, preguntas sin respuestas, enigmas cuyas soluciones, en ocasiones, se esconden en algún remoto archivo o se han perdido con la muerte de sus protagonistas».

Falta por saber quién delató a muchas de ellas a la Gestapo y si fueron asesinados en 1954 Lola García Echevarrieta y su marido, Joaquín Olaso, como sostienen sus familiares, o se trató de un simple escape de gas, como aseguraron las autoridades.

Hay también anécdotas curiosas: «Elisa Garrido lograba cambiar ropa sucia por limpia pese a la vigilancia de los nazis; Lola García Echevarrieta introdujo un reloj en el campo y ni su familia sabe cómo lo hizo; ‘Monique’ confeccionaba sujetadores para sus compañeras y nadie descubrió jamás cómo se las ingeniaba para conseguir tijeras, hilos y telas».

El uso de identidades falsas, añade, dificulta el poder seguir sus pasos de una forma detallada, pero sí se sabe el punto de encuentro de todas ellas, el campo de concentración de Ravensbrück -a excepción de una de ellas, que acabó en Auschwitz-.

En Ravensbrück, apunta la periodista, se formaba a las guardianas nazis «para instruirlas en el arte de las torturas y de la muerte», y allí llegaron las españolas, la mayoría arrestadas en Francia por sus vínculos con la Resistencia.

«Una vez en manos de la Gestapo, eran interrogadas salvajemente y trasladadas a diferentes prisiones, para terminar metidas en vagones de ganado rumbo a Ravensbrück, donde pasaban por un proceso de desinfección y deshumanización y eran catalogadas como prisioneras políticas francesas».

Según Álvarez, este error en el registro se debía no solo al lugar de su detención, sino también a que la mayoría utilizaba alias y nombres falsos franceses.

La autora reivindica su papel en la Resistencia: «además de estar más expuestas, hicieron de enlace y de correo distribuyendo información y propaganda antifascista, dotando de armas y de escondites a los miembros de la red, controlando los pasos de montaña, alertando de la presencia policial, suministrando toda clase de cuidados sanitarios y aportando su conocimiento como taquígrafas y dactilógrafas».

Lucharon, añade Álvarez, «no ya por su propia libertad sino por la libertad de todos a riesgo de morir en el intento».

En el proceso de documentación, la autora ha contado con la ayuda del Amical de Ravensbrück y el Amical de Mauthausen, ambos españoles, y con el Memorial de Ravensbrück, en Alemania, y con los familiares de las once protagonistas.

Mónica G. Álvarez continúa escribiendo sobre el período nazi porque considera que «la historia jamás debe silenciarse sino contarse en voz alta pasen los años que pasen», y no la historia de personajes y sucesos conocidos por el gran público, sino la Historia que hacen las personas anónimas, lo que «debería estudiarse más en colegios e institutos». EFE

 

Jose Oliva

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