Belmondo, que sufrió un grave accidente cerebrovascular en 2001, vivía retirado casi por completo de la vida pública.
Nacido en Neuilly-sur-Seine en 1933, hijo del escultor francoargelino Paul Belmondo, el actor pasó por una prometedora carrera en el boxeo amateur antes de comenzar sus estudios de arte dramático. Su primer largometraje fue A pie, a caballo o en coche (1957), comedia en la que trabajó junto a Jean-Pierre Cassel.
Conforme su popularidad iba creciendo, Belmondo no tardó en convertirse en uno de los rostros emblemáticos de la nueva ola (es decir, «Nouvelle Vague») que iba enseñoreándose del cine francés.
Así, en 1959 protagonizó La doble vida, a las órdenes de Claude Chabrol. Y, al año siguiente, encabezó junto a Jean Seberg el reparto de la película más radical que ese movimiento había generado hasta entonces: Al final de la escapada, escrita por François Truffaut y dirigida por Jean-Luc Godard.
El éxito de Al final de la escapada llevó a Belmondo al estrellato, encauzando su carrera en derroteros mucho más próximos al cine popular que a la vanguardia. Aunque siguiera colaborando con Godard (en Una mujer es una mujer, 1961, y, sobre todo, en Pierrot, el loco, 1965) y con su archienemigo Truffaut (en La sirena del Mississippi, 1969), su filmografía comenzó a llenarse de títulos de cine bélico (Fin de semana en Dunkerque) y de comedias de acción como la estupenda El hombre de Río.
Poco afín a los culteranismos y sin ningunas ganas de mudarse a Hollywood, Belmondo abrazó su condición de ídolo del público francés. De hecho, Borsalino (1970) jugó la carta del team-up al emparejarle con Alain Delon, la otra superestrella gala de la época. Por supuesto, ambos acabaron en los tribunales por incumplimiento de contrato, después de que el siempre rapaz Delon aprovechara su cargo como productor para darse mayor protagonismo.
Más al frente de su carrera que nunca tras fundar su productora Cerito Films, Belmondo se dedicó casi por completo al cine de acción a partir de entonces. Cintas tan recuperables como Pánico en la ciudad (1975), Yo impongo mi ley a sangre y fuego (1979) y El profesional (1981) consagraron su faceta de tipo duro, acompañado muchas veces por tremendas bandas sonoras de Ennio Morricone.
Constatando que el nivel de sus trabajos descendía a ojos vista, Jean-Paul Belmondo decidió decir adiós a las cámaras y regresar al teatro en 1987. La siguiente década, eso sí, presenció su regreso a los platós: trabajó a las órdenes de Agnés Varda en Las cien y una noches, se reencontró con Alain Delon en Uno de dos e interpretó una versión paródica de sí mismo en Los actores.
En 2001, un infarto cerebral (ocurrido, aseguraban los rumores, durante un encuentro galante con cierta famosa actriz y modelo) hizo temer por su vida y le dejó graves secuelas. Pese a que esto le alejó de la vida pública (ya no era posible encontrárselo tomando café con Jean Rochefort o paseando por París en bicicleta), no hizo menguar su sentido del humor.
En 2008, Belmondo estrenó Un homme et son chien, su último largometraje como protagonista. Deja cuatro hijos, entre ellos el piloto de carreras Paul Belmondo.
A.M.