Luis Parada, militar que trabajaba en la Dirección Nacional de Inteligencia cuando se cometió la matanza, ha testificado en el juicio contra el ex-coronel y ex-viceministro de Seguridad Pública, Inocente Montano, que se enfrenta a 150 años de prisión.
«Desde el primer día hubo intento de encubrimiento de los asesinatos a un nivel que tuvo que haberse ordenado por el alto mando», ha dicho Parada cuando ha explicado cómo se percató enseguida de que las Fuerzas Armadas estaban detrás.
Horas antes de la masacre, se fue a dormir en la sede de Inteligencia sabiendo por una reunión de ese mismo día que el Ejército iba a iniciar una contraofensiva con armas de más potencia, lo que implicaba bajas civiles, aunque sin alusiones a los jesuitas.
La mañana del 16 de noviembre, con los cuerpos aun tendidos en la Universidad Centroamericana, Parada fue convocado a una reunión de oficiales en la que el jefe de operaciones Carlos Herrera Carranza sujetando una radio MX (del sistema interno de Inteligencia), le dijo al director: «A Ellacuría le mataron por resistirse al arresto». Luego, regresó y habló de ocho muertos.
La respuesta del entonces máximo responsable de la Inteligencia, Carlos Mauricio Guzmán Águila, fue «ya ven, ya comenzaron a pasar cosas». Parada no vio sorpresa en él, máxime cuando había estado reunido en el Estado Mayor la noche de los asesinatos y era miembro de «la Tandona», es decir, compañero de promoción del los militares que ocupaban los puestos de responsabilidad del alto mando.
«Inmediatamente supe que habían sido las Fuerzas Armadas, porque al decir arresto quiere decir que era un autoridad y eso solo podían hacerlo los militares», que se mostró muy sorprendido con lo que sucedió a continuación aquella misma mañana, tras regresar de la Universidad donde comprobó in situ la magnitud de la masacre.
Ya en Inteligencia, escuchó como la radio oficial del Estado responsabilizaba de la masacre al FMLN. «No podía creer que ya había un plan de encubrimiento, que iban a tratar de encubrir la historia, no habían aprendido de las lecciones del pasado», ha señalado en alusión a la masacre de San Sebastián de 1988, cuando el Ejército ejecutó a diez campesinos pero imputó los hechos a los guerrilleros.
Pese a ser la Inteligencia, esa misma mañana sus superiores les dijeron que el Gobierno ya había puesto en marcha una investigación y les recomendaron que no hablaran, es decir, que omitieran lo que habían escuchado en la radio interna «como si nada hubiera pasado».
Incluso ha recordado la esquela publicada por las Fuerzas Armadas al día siguiente que habla de una «criminal acción terrorista».
Meses después, el jefe del Estado Mayor René Ponce -considerado entonces el líder de facto del país- reconoció a un superior de Inteligencia que el mismo día supo que había sido el Ejército, lo que da muestra de la «magnitud del encubrimiento».
Todo ello evidencia, en su opinión, que «el alto mando cuando menos tuvo que haber ordenado el encubrimiento el mismo día». Eso sí, tal fue el impacto de los asesinatos, ha dicho, que la ofensiva militar del FMLN en la capital cayó un 80%.
Parada fuera trasladado a la embajada en Washington porque querían a un militar para que diera la cara por el Ejército y en 1991 fue convocado a declarar en El Salvador en la comisión que dirigían los militares. Su compañero Herrera Carranza había muerto en extrañas circunstancias y el sentía que su seguridad estaba en peligro, hasta tal punto que dejó su testimonio por escrito al embajador por si le mataban. «Me da escalofríos leer eso ahora».
Ya en la Comisión, «las preguntas eran inocuas» y tuvo que decirle al investigador qué debía preguntarle, «si no mucha cosas no hubieran salido a la luz». Por ello le consideran un «traidor», por «haber declarado la verdad en contra de lo que habían dicho otras personas». Vive en EEUU por las amenazas si regresa a su país.
De todo el entramado para cubrir la matanza ha dado cuenta también Douglas Cassel, que participó en la Comisión de la Verdad de la ONU, cuando ha apuntado que encontraron «pruebas tan abrumadoras y contundentes» de los intentos del Ejército por encubrir los asesinatos que «no había manera de refutarlo de ninguna manera».
Un encubrimiento que partió tiempo antes cuando -por orden de Montano- la radio identificó a los jesuitas con los guerrilleros.
Lo que ocurrió es que «nunca se atrevieron a asesinar a los padres hasta el momento de la ofensiva del Frente, ahí vieron el momento decisivo en la guerra civil para tomar medidas nunca antes tomadas bajo la cubierta del conflicto en la capital. Podían asesinar a los padres y echar la culpa al FMLN».
Hoy también ha testificado Kate Doley, que ha destacado la «credibilidad» de los documentos desclasificados por EEUU que vertebran el informe que entregó en la Audiencia Nacional en el que concluía que la CIA conocía los planes de los militares.
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