Y no se despejarán porque el caso ya ha prescrito y porque quien sabía al detalle cómo sucedieron los hechos está muerto y nunca los desveló: Rafi Escobedo. El yerno de los marqueses y principal acusado del doble crimen se suicidó en la cárcel de El Dueso, en Santoña (Cantabria), y se llevó el secreto a la tumba.
LA FAMILIA
La historia cuenta que el rey Amadeo I concedió en 1871 el Marquesado de Urquijo al financiero alavés Estanislao de Urquijo y Landaluce. De origen campesino y familia numerosa, pronto demostró su carácter emprendedor, que le llevó a relacionarse con el mundo financiero de la época y también con el político.
Incluso, llegó a ser alcalde de Madrid durante seis meses. Pero no le enriqueció la política, sino que logró amasar una considerable fortuna prestando dinero a empresarios, instituciones, políticos, etc… Fue ante todo un banquero.
Su sobrino cogió el testigo en los negocios y en el marquesado, que fue pasando por sucesivas generaciones hasta llegar a María Lourdes Urquijo, la quinta marquesa.
Esta se casó con el también banquero Manuel de la Sierra, con quien tuvo dos hijos: Juan y Myriam. A la familia llegó Rafi Escobedo, un joven atractivo, con estudios de Derecho y de una familia acomodada de abogados.
Myriam y Rafi se casaron en junio de 1978, seguramente en contra del deseo del marqués, que nunca le vio con buenos ojos y al que continuamente reprochaba que no se dedicara a nada.
Reproches que Rafi encajaba mal, hasta el punto de que en alguna ocasión se dirigió al marqués -de carácter «endiablado», como lo han definido algunas fuentes- para advertirle de que algún día se arrepentiría del trato que le dispensaba.
Todos vivían en una lujosa residencia de Somosaguas, en Madrid, pero la tensa relación entre suegro y yerno decidió a la joven pareja a mudarse a una vivienda de la capital, aunque el matrimonio no funcionaba y enseguida se separó.
EL CRIMEN
Dos años y dos meses después de la boda, España amanece con la noticia del doble crimen de los Urquijo.
En la madrugada del 1 de agosto de 1980 varias personas, probablemente tres, entran en la mansión de los Urquijo tras hacer un agujero con un soplete en una de las puertas de entrada. Uno de los intrusos mete la mano por ese boquete para hacer girar el pomo y abrir. Al hacerlo, se quema a la altura de donde el brazo dobla. Un detalle que más tarde cobrará importancia.
Entran en el dormitorio del marqués y le descerrajan dos tiros, uno de ellos de gracia. La marquesa, que duerme en una habitación contigua, escucha ruidos, intenta averiguar de dónde proceden, se levanta y ve a los intrusos.
Pero ellos también se percatan de su presencia y no les queda más remedio que matarla. María Lourdes Urquijo les ha reconocido y eso la convierte en un testigo incómodo. Recibe también un tiro de gracia.
La noticia corre como la pólvora. Alguien se entretiene en lavar los cadáveres. ¿Acaso quiere borrar huellas o simplemente dejar presentables los cuerpos de tan ilustre matrimonio?
Cuentan las crónicas de la época que pudo ser el mayordomo o los hijos de los marqueses quienes ordenaran que se lavaran, pero jamás se logró demostrar nada.
LA INVESTIGACIÓN
Con los cuerpos lavados, ninguna huella sospechosa y sin rastro de las armas utilizadas, la investigación del doble crimen se antojaba complicada.
Se da la circunstancia de que esta fue la última vez que se llevó a cabo una práctica hasta entonces habitual en España: la Sala de Gobierno de la entonces Audiencia Territorial designaba al juzgado que estimaba pertinente para hacerse cargo de una causa y no tenía en cuenta el derecho al juez natural que tienen los ciudadanos según el partido judicial al que pertenezcan.
En este crimen, la causa le hubiera correspondido a un juzgado de Navalcarnero, pero la citada Sala de Gobierno designó al titular del juzgado de Instrucción número 14 para llevarla. Se trataba de Luis Román Puerta, un magistrado de enorme prestigio que llegó a presidir la Sala Segunda del Tribunal Supremo.
Y un inspector de Policía, José Romero Tamaral, se encargó en exclusiva de las pesquisas.
Al principio, todo era «muy confuso». La Policía daba palos de ciego. Incluso se llegó a investigar uno por uno a todos los compañeros de clase del hijo de los marqueses, que estudiaba en la Universidad Complutense.
Hasta se sospechó de los hijos de las víctimas.
Mientras, un detalle llama la atención a los investigadores. Los tiros de gracia que reciben las dos víctimas no parecen obra de sicarios ni de delincuentes profesionales. Ellos hubieran disparado en la sien, pero a los marqueses les remataron con sendos tiros en la yugular, como suelen hacer los cazadores con sus presas de caza mayor.
Ocho meses después Rafael Escobedo, Rafi, fue detenido tras encontrarse en una propiedad de su padre en Montalvillas de Huete (Cuenca) unos casquillos de pistola similares a los usados en el doble asesinato.
La pistola, marca Star, modelo F, calibre 22 y que figuraba inscrita a nombre de Miguel Escobedo Gómez-Martín, padre de Rafi y socio de la Federación Nacional de Tiro Olímpico, fue encontrada más tarde por unos bañistas en el pantano de San Juan.
Durante la instrucción, los casquillos desaparecen, pero ya se había hecho el informe pericial cuando se encontraron, lo que sirvió para cotejar y comprobar que habían sido percutidos con ese arma.
EL ACUSADO
En su primera declaración, Rafi reconoce los hechos y los relata con cierto detalle. Eso sí, no desvela quién disparó ni con quiénes entró a la casa. ¿A quién quería encubrir?.
También explica que la intención era matar solo al marqués, que le trataba con «desprecio».
Una larga instrucción que llevó a Escobedo a la cárcel, primero a la de Carabanchel y después a la de El Dueso. Casi tres años después del doble crimen, Rafi fue condenado a 53 años de cárcel como autor. Una pena que no cumplió porque justo cinco años después de la condena (el 27 de julio de 1988) se suicidó.
Lo había intentado en otras ocasiones y, por eso, su celda era la número 4 de la segunda planta de la galería derecha de la zona de enfermería. Se colgó con una sábana y en su cuerpo se hallaron restos de cocaína y de cianuro.
Fue el actual ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, quien levantó el cadáver, ya que en ese momento era juez de instrucción de Santoña, municipio al que pertenece El Dueso.
Para los psiquiatras que intervinieron en el proceso, Rafi era un hombre inmaduro, con afán de notoriedad y tendente a establecer relaciones de dependencia. Alguno llegó a afirmar que podría ser la persona idónea para firmar su culpabilidad bajo presiones externas, pero en ningún caso de cometer un asesinato.
A Rafi le afectó mucho que su padre, ya mayor, no pudiera ir a visitarle a la cárcel tan a menudo como al principio. Viajar a El Dueso también le suponía un esfuerzo económico para una familia venida a menos.
NUEVAS PRUEBAS
La condena fue confirmada por el Tribunal Supremo en 1984. Pero más tarde se abrió un segundo sumario tras unas declaraciones de Mauricio López-Roberts, amigo de Rafi, que condujeron a su propia detención y a la de Javier Anastasio de Espona, ambos procesados luego como presuntos encubridor y coautor, respectivamente.
A Mauricio la investigación nunca le llegó a situar en el lugar del crimen, pero a Anastasio sí. Hasta la sede judicial llevaron la puerta por la que entraron en la casa, se reconstruyó el momento y se comprobó que la cicatriz que Anastasio tenía en el brazo se correspondía con la quemadura que se hizo al meter la mano por el agujero aún caliente que habían hecho con el soplete.
Mauricio quedó en libertad provisional bajo fianza de medio millón de pesetas, mientras Anastasio estuvo en la cárcel Carabanchel hasta marzo del 87, cuando salió en libertad provisional. A finales de ese año huyó de España.
Rafi Escobedo contó durante la instrucción del caso con ilustres letrados defensores, desde José María Stampa a Marcos García Montes, pasando por Antonio García de Pablos.
En un momento determinado, Rafi puso en conocimiento del tribunal que poco después de cometer el crimen fue a confesarse con un sacerdote a quien contó la verdad. El cura fue localizado, pero en el juzgado, y ante todas las partes, se acogió al secreto de confesión y no soltó prenda pese a que Escobedo le «liberaba» de esa obligación.
Aunque la defensa pidió que se dedujera testimonio al cura por obstrucción a la Justicia, el juez lo rechazó.
En otra ocasión, el acusado pidió declarar de nuevo para testimoniar que su cuñado Juan y él eran uña y carne. Tanto era así, que Rafi llegó a hacerse con una copia de la llave del despacho de un profesor de la facultad donde estudiaba Juan para dar el cambiazo de un examen que le había salido mal al hijo del marqués. Por supuesto, aprobó.
EL PERDÓN
En 2013, Myriam de la Sierra publicó el libro «¿Por qué me pasó a mí?». En una entrevista, la que fuera esposa de Rafi aseguraba que ya había perdonado a su exmarido porque, además, «odiar te hace más daño a ti que a la otra persona».
Y alguien como ella, que vivió el asesinato de sus padres, la condena de su exmarido, el divorcio y la ruina económica, nos dejaba una receta: «Llenar los días de vida y no la vida de días».
Estrella Digital